venerdì 18 aprile 2008

Un llamamiento de apoyo a China

Estamos asistiendo a una indigna campaña de demonización de la República Popular China, dirigida y orquestada por gobiernos y emporios mediáticos más decididos que nunca a avalar el martirio interminable del pueblo palestino y dispuestos siempre a desencadenar y secundar guerras preventivas como la que he en Irak ha provocado ya centenares de miles de muertos y millones de refugiados.

Se agita la bandera de la independencia (quizá camuflada de "autonomía") del Tíbet. Si se alcanzase este objetivo, la misma consigna se lanzaría para el "Gran Tíbet" (un área tres veces mayor que el Tíbet propiamente dicho) y después para el Xinjiang, para la Mongolia interior, para Manchuria y para otras regiones más. La realidad es que, en su loco proyecto de dominación planetaria, el imperialismo intenta desmembrar un país secularmente constituido sobre una base multiracial y multicultural, en el que hoy conviven 56 etnias. No es casualidad que esta Cruzada no la promueva desde luego el Tercer Mundo, que mira a China con simpatía y admiración, sino el Occidente que desde las guerras del opio ha sumido al gran país asiático en el subdesarrollo y en una pavorosa tragedia de la que finalmente está saliendo un pueblo que representa la quinta parte de la humanidad.

Con base en consignas análogas a las que se gritan contra China se podría promover el desmembramiento de no pocos países europeos como Inglaterra, Francia, España y sobre todo Italia, donde no faltan los movimientos que reivindican la "liberación" y la secesión de la Padania.

El Occidente que se las da de Santa Sede de la religión de los derechos humanos no ha dicho una sola palabra sobre los pogromos antichinos que el 14 de marzo en Lhasa costaron la vida a civiles inocentes, incluidos ancianos, mujeres y niños. Mientras proclama estar a la cabeza de la lucha contra el fundamentalismo, Occidente transfigura del modo más grotesco el Tíbet del pasado (fundado sobre la teocracia y sobre la esclavitud y la servidumbre de masas) y se postra ante un Dios-Rey empeñado en construir un Estado con base en la pureza étnica y religiosa (también una mezquita ha sido asaltada en Lhasa), anexionando a este Estado territorios que son ciertamente habitados por tibetanos pero que nunca has sido administrados por un Dalai Lama: es el proyecto del Gran Tíbet fundamentalista, querido por quienes desean poner en crisis el carácter multiétnico y multicultural de la República Popular China para poder desmembrarla mejor.

A finales del siglo XIX, a la entrada de las concesiones occidentales en China estaba bien a la vista el cartel: "Se prohíbe la entrada de perros y chinos". Este cartel no ha desaparecido; tan sólo ha sufrido algunos cambios, como lo demuestra la campaña para sabotear o desmerecer de algún modo las Olimpiadas de Pekín: "Prohibidas las Olimpiadas a perros y a chinos". La Cruzada antichina en curso se inscribe directamente en una larga e infame tradición imperialista y racista.

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